martes, 5 de agosto de 2014

Reflexiones de un martes noche

Me he despertado con ganas de gritar un 'quiéreme hasta que duela' y que nos duela tanto, que tengamos que darnos la mano y perdernos en intercambios eternos de miradas cómplices sin echar cuenta del reloj impaciente.

También me he despertado con ganas de romper mis esquemas y pretextos,
de acabar con todos mis viejos textos (y temores), para lanzarme al vacío de sus silencios cómodos y al lleno que ocultan sus ojos.

No sé, me apetece saltarme las dudas y las palabras al vacío porque el abismo de tu sonrisa se me antoja más bonito, por ejemplo.

Nunca se me ha dado bien leer entre líneas pero tengo ganas de apostarlo todo, y perder(nos) si hace falta, 'doble o nada' me susurra mi suerte.

Los tiempos pasados amenazan con traer a Nostalgia de la mano como cada domingo -pero ese día de la semana ya no significa nada- cuando me encierro entre cuatro paredes pensando de más, queriéndome de menos, torturándome entre recuerdos de sonrisas gastadas y pasos en falso. Pero hace mil y una noches que la dejé abandonada (como se hace con una vieja amante) en el andén mientras cogía el primer tren rumbo a ninguna (y todas) partes.

Tampoco se me da bien escribir cuando el viento sopla a favor o cuando sé que me leen, porque entonces las musas se ríen mientras marchan al ritmo de cada palabra que se me escapa.

Tampoco se me daría bien salvarte, ni bailar o cantarte; prefiero improvisar(te), invitarte a descubrir mil rincones.

¿Pero sabes qué?, voy a saltarme el rol de 'poeta' melancólica que ¿debería? invadirme en noches como esta (o eso jura la costumbre) y voy a dejar las maletas en la estación para reírme mientras canto a voces mi canción favorita a la vez que persigo ese, -¿tu?- tren (que no pienso perder).

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