miércoles, 1 de octubre de 2014

Carta II; imagina que te quedas.


Imagina que no has borrado nuestras fotos,
que aún me escribes o alguna calle te recuerda a mí.
Y que tu boca está aguantándose las ganas de gritar un 'vente'
mientras tus manos a veces sienten frío, porque no las repaso
una y otra vez mientras compartimos un silencio.

Déjame decirte que no existe un precipicio más bonito
que el que escondes,
y siempre he sido una suicida en busca de un puente
como el que muestra tu sonrisa ladeada.
¿Pero qué vamos a hacer?.

Qué quieres que haga si siempre he odiado los finales,
los the end en la pantalla, los atardeceres sin tu cabeza en mi hombro,
hablar por teléfono si no es una excusa para escuchar tu voz
desde cualquier otra parte del continente, o de la ciudad.

Qué quieres que haga si la palabra 'magia' la pierde,
si no piensas en mí al acostarte,
y si en tus cuatro paredes no reina la primavera por mi culpa,
cuando el otoño amenace tu vida. 

Qué quieres que haga si eres la casualidad más imprevisiblemente
preciosa que se ha cruzado por las carreteras de mi mala suerte.

Mi facilidad para perder es mayor que para ganar;
y mi excusa preferida es la suerte, el vértigo de la felicidad.
Soy idiota, pero soñadora;
y las ganas de resucitar, de volar, de resucitarnos (aún teniendo los
ojos abiertos) son mayores que los impulsos de volver a la desidia
y el turismo emocional.

Pero voy a dejarme caer,
re(cógeme) si quieres.
Voy a escribir(te) hasta vaciar(me) y que el futuro pague la ronda.
Querías que (te) escribiese una carta,
y te diría lo bonita que se ve la vida desde el color de tu mirada
prometiendo mil veranos a tu lado.
Besaría tus dudas, te describiría tantas veces como te he pensado,
acariciaría tus manos al compás de nuestra canción preferida.

Si te viese en la estación, te susurraría que querría vivir
el resto del invierno derritiendo tus fríos;
te gritaría cuántas veces te he odiado sin conseguirlo,
cuántas te he escrito y la indiferencia ha borrado las huellas,
y la voz que invade mis versos de prosa cada vez que tu silueta 
se cruza por mi cabeza.

Porque desde el segundo en que te vi, 
supe que los nervios quedarían atrás y cualquier rincón sería precioso.

Llámame locura pero quiero colarme en tu vida,
conocer los recovecos de tu cuerpo, de tu mente.
Grabar en mi cabeza cada vez que me tomas el pelo,
por si algún día me despierto y estás mirando por la ventana,
buscando el mar en Madrid,
sin saber que se esconde en tus ojos.

Llámame idiota pero no quiero dejar de conocerte,
de que tu nombre se esconda en mi cuaderno mientras el mundo
se jura y perjura que se derrumba; y nosotras estemos 
creando una nueva definición de amor, enamorándonos cada segundo.

Y yo, quiero escribir nuestros nombres en todos los árboles de tu parque,
probar todos los bancos escuchándote hablar de la vida,
jugar como si volviésemos a los doce y hacer planes de futuro como
si tuviésemos treinta.

Que no sé, no sé expresarme ni decidirme a tiempo.
Mentiría si dijera que somos fáciles, que somos perfectamente perfectas,
o que los errores nunca van a tener cabida en nuestras rutinas;
pero quiero separarme de ti y que vuelvas a abrazarme por la espalda
cuando crea que ya me has perdido de vista.

Hacerme la sorda cuando tus palabras me sorprendan,
y guardar tus palabras en todos los bolsillos y entresijos.
Que convirtamos el metro de Callao en el lugar más romántico del mundo,
y Gran Vía en cualquier pasadizo de París,
que mil autobuses nos pasen de largo y los trausentes no nos entiendan.

Encontrar cualquier minuto para vernos,
mil motivos para saber que la suerte existe.
Para encendernos si la tormenta amenaza con apagarnos,
bailarle a la lluvia aunque nos pisemos y cantar sin letra
haciendo el concierto más bello que jamás se haya escuchado.

Leer(nos), leer a Neruda, a Bécquer, a aquellos que odio,
y a los que aún no conocemos. Poniendo a la poesía como excusa
para desabrocharnos las ganas y soltar los versos más cursis
que haya presenciado la Luna.
Que tengamos el secreto más incoherente y bonito del mundo.

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