Entonces una noche cualquiera me preguntas qué eres aparte de la chica del sábado.
Y yo no sé responderte porque te vi coger con prisas el último bus y desde entonces me has robado la sonrisa.
Me descubres que eres más de huir de todo aquello que suena a serio,
que no te ha hecho nunca gracia que te besen con prisas y me anticipas 'prométeme que no me echas de menos al otro lado de la cama'.
Y yo cierro los ojos y te busco y maldigo mi suerte,
los principios inestables y los kilómetros entre almohada y almohada.
Me dices que soy mona,
que te hago reír y amenazas con lanzarte a mi cuello, previo aviso.
Así que no me queda otra que invitarte a mis playas,
a recorrer mi mundo,
acariciar tus sueños
y buscar los horarios de todo tren que me llevaría a ti en menos de tres horas.
Me adviertes que no quieres que quiera nada con nadie y te susurro con la brevedad de un instante que no se me da bien querer,
que tengo más despedidas que reencuentros,
que me sobran papeles
y tengo tendencia a huir si atisbo felicidad,
que me sobran fríos, soledades, noches de invierno, vacíos
y me faltas tú.
Me amenazas con acampar en mi vida,
con cerrarme las heridas
y no sé hacer otra cosa que obligarte a que saltes a mis precipicios.
Cuentas que aquel día quisiste besarme y no encontrabas ninguna razón para no quedarte.
Pero no sabes que mis ojos no dejan de querer encontrarte
y perderse en tus historias.
Confiesas que imaginas cómo sería que recorriese tu espalda con mis manos,
me lo dices la tercera noche a las cuatro de la mañana
y solo se me ocurre escribir cómo sería tenerte en el hueco de mi cama doble en el tercer piso de un bloque cualquiera en una noche fría de Málaga.
Y te confieso como un paracaidista sin seguro mortis causa,
que no quiero querer a nadie que no tenga el brillo en tus ojos,
la banda sonora de tu risa,
las ganas que me provocan apostar al doble por ganarte a ti.
Diciembre 2014.