De pequeña quería ser astronauta.
Soñaba con que me probaba uno de esos grandes trajes con el agobiante casco incluido.
Soñaba con que me preparaba físicamente durante días y días, que hacia esos circuitos que se ven en las películas americanas militares, que mentía diciendo que no tenía miopía y que me metería en esas cápsulas que simulan estar en el espacio.
Hay niñas que soñaban con ser cantantes, actrices o presidentas del gobierno. Yo soñaba con ser astronauta.
Escribía historias de planetas que hablaban, de niñas que surcaban los océanos sin gravedad, de personas que subían a la Luna y pasaban las noches mecidos por ella o de ilusos que añoraban probarla porque se rumoreaba que la Luna sabía a queso.
Yo soñaba con ser la primera mujer astronauta española y estaba tan convencida que cuando conseguí el autógrafo de Pedro Duque lo grité s los cuatro vientos.
Yo de pequeña soñaba con ser astronauta, con rozar las estrellas, acunarme en la Luna, visitar cada anillo de Saturno y observar los rojos parajes de Marte.
Soñaba con ello hasta que dejé de ser niña y la gravedad me hizo chocar y poner los pies en la Tierra.