jueves, 9 de junio de 2016

De pequeña quería ser astronauta.

De pequeña quería ser astronauta.
Soñaba con que me probaba uno de esos grandes trajes con el agobiante casco incluido.
Soñaba con que me preparaba físicamente durante días y días, que hacia esos circuitos que se ven en las películas americanas militares, que mentía diciendo que no tenía miopía y que me metería en esas cápsulas que simulan estar en el espacio.

Hay niñas que soñaban con ser cantantes, actrices o presidentas del gobierno. Yo soñaba con ser astronauta.
Escribía historias de planetas que hablaban, de niñas que surcaban los océanos sin gravedad, de personas que subían a la Luna y pasaban las noches mecidos por ella o de ilusos que añoraban probarla porque se rumoreaba que la Luna sabía a queso.

Yo soñaba con ser la primera mujer astronauta española y estaba tan convencida que cuando conseguí el autógrafo de Pedro Duque lo grité s los cuatro vientos.
Yo de pequeña soñaba con ser astronauta, con rozar las estrellas, acunarme en la Luna, visitar cada anillo de Saturno y observar los rojos parajes de Marte.
Soñaba con ello hasta que dejé de ser niña y la gravedad me hizo chocar y poner los pies en la Tierra.