domingo, 16 de marzo de 2014

Agorafobia

Agorafobia.

Todo comenzó una noche cualquiera.
Yo le hablaba de volar,
ella alegaba su acrofobia,
yo ansiaba derrotar su miedo
a las alturas, de su mano 
 su misofobia confesó.

La oscuridad invadía su sonrisa
yo solo quería convertir
el sonido de su risa 
en la banda sonora de mis madrugadas.
Entonces descubrí su gelotofobia.

La saqué de casa, sin llegarla ni a rozar,
al mejor restaurante de aquella triste ciudad.
De su fagofobia me acabaría de enterar.
Volvimos a casa, por carreteras secundarias
desnudando nuestras dudas.

Suena la radio entre cantos de sirenas
me hace estar sediento de su aliento,
está loca, me hace desear
perder la vida entera en su boca.

Quería ahuyentar sus demonios
apagando las luces, 
conocer su cuerpo en braille,
perder las buenas costumbres.
Susurró a quemarropa su nictofobia,
su fotofobia, su filofobia y su maxofobia
contra el filo de mi boca.

La tormenta atraca en mi vida,
su sombra se adueña de mí,
ella me mira esquiva.

Me invita a su cama,
me habla de su infancia mal curada.
Abre la ventana, su claustrofobia la domina.

Me levanto, impotente,
me grita que no soy valiente.
Que huyo como todos hacen,
que soy un cobarde, que voy de diferente.

La miro, rozo su mejilla, hago que vuele
por encima de las nubes, se traga sus fantasmas,
nos encerramos, las luces apagamos.
Me quiere, me hiere.
La saco a bailar, bajo la tormenta.
Entonces, mi agorafobia
me acaba por dominar.

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