domingo, 26 de enero de 2014

Cajón de los recuerdos

Acabo de hallar esto y aunque hayan pasado mil sucesos desde entonces, me apetecía guardarlo en este cajón de los recuerdos.

Y que sólo espero que le haga sonreír porque está preciosa y quizás ella, le dedique una de esas miradas insinuantes en las que se le encienden esos ojos preciosos y perfectos (esa luz que joder, ojalá hubiese iluminado todas aquellas noches que la soñaba a oscuras).

Ojalá en ese instante se dé cuenta del tesoro incalculable que tiene a su alcance y no lo pierda. Que no sea gilipollas, ni cobarde, ni la haga llorar, que le arranque sus demonios y sus miedos (antes de hacer lo propio con sus medias).

Que le dé todo lo que necesite y más, que esté a su estratosférica altura. Que le haga sentir querida y que de vez en cuando, la quiera por las dos (porque a veces no solo se olvida de querer, sino de quererse).
Que le escriba versos y le haga sentir musa (porque le encanta) pero más que eso, que no jure bajarle la Luna ni llevarla a París o en caravana por todo Estados Unidos (porque bueno, eso le prometí yo y no sé, que sepa idear mil planes mejores como mil tardes en casa, escuchando su música o dibujando mil constelaciones en su espalda mientras le haces reír o la observas dormir).

Que le haga recuperar la ilusión y le haga soñar de nuevo, como antes, que le haga volar lejos y si te deja cojas su mano (y si le permite la indecencia, la lleve por todo Madrid presumiendo de ella).
Que escape con ella a cualquier otra parte, cuando melancólica te grite en silencio que quiere huir y empezar de cero.
Que sea cursi pero también tenga sus momentos de ego, de hacerse la difícil, porque le vuelve loca.
Que se deje la piel por esos mil planes, por cumplirlos.

Pero que le dé todo lo que necesite, pero sin desvelarle todos tus secretos porque entonces, la habrás perdido.

Que le deje su espacio, que sepa de sus pequeñas manías y sus mil virtudes. Como aquella de provocarte el más dulce insomnio imaginando sus brazos de nuevo en torno a tu cintura o la de susurrar que te quiere al otro lado del teléfono, aunque te separe de ella un puto océano.

Ah, le gustan los atardeceres (como a cualquier buena fotógrafa) quizás sea metáfora del final irremediable de nuestra minúscula historia, así que genérale una afición por los amaneceres, nuevos comienzos. Aunque ello seguramente no cambie su afición por la música melancólica y de tintes tristes que escuchará en su cuarto muchas tardes, odiando quién sabe qué o soñando quién sabe cuántos miles de futuros.
En las despedidas...sal tras ella cuando se haya dado media vuelta, abrázala por la espalda y bésala sin miedo. No le regales bombones, ya descubrirás por qué, y escríbele cartas, muchas.
Con todo ello, creo que es todo. Quizás si lo haces bien no busque cobijo en otros ojos como turista emocional si algo le falta. Mantén la llama viva.

Cae la tarde estival.
Fin de la cita.

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